miércoles, 10 de noviembre de 2010

Refrescando la Memoria

GÉNESIS Y OCASO DEL PROYECTO K

Guillermo Pacagnini
Usufructuando sin el menor pudor el impacto subjetivo y emotivo de la muerte de Kirchner, se desplegó desde el poder una suerte de campaña para tratar de amortiguar semejante golpe político. Se intenta demostrar algo que no puede suceder: ningún proyecto se fortalece con la ausencia definitiva de su conductor, y el kirchnerismo, que ya venía en debacle, difícilmente sea la excepción.
A tal fin se nos quiere hacer creer que “la juventud volvió a la política de mano de los Kirchner” y que “ahora hay que cerrar filas alrededor de Cristina para que el país no entre en caos”. Son nuevas quimeras, como tantas otras mentiras que jalonaron la trayectoria K. Por eso vale la pena refrescar la memoria alrededor de la verdadera historia del kirchnerismo. Porque, en todo caso, nuevas generaciones -entre ellos muchos jóvenes- nacieron a la política de la mano del Argentinazo de 2001, cuando Kirchner aún era un ignoto político patagónico. Eso le dio vida a nuevos fenómenos, como las asambleas vecinales, los movimientos sociales y sucesivas camadas de luchadores sindicales que comenzaron a parir un embrionario pero fecundo proceso de recambio de dirección en el movimiento obrero y a buscar una nueva alternativa política.

UN MODELO CONDICIONADO POR EL ARGENTINAZO
En diciembre de 2001, el Argentinazo sepultó el modelo neoliberal de los ’90 y cinco gobiernos en pocos días. Produjo un cambio histórico, que abrió una nueva etapa en el país. Derrumbó el viejo régimen bipartidista que dominó Argentina por medio siglo, desarticulando a la UCR y abriendo una profunda crisis en el PJ, los dos partidos tradicionales que se alternaban en el poder. También provocó una desconfianza masiva en las instituciones.
El pueblo demandó cambios de fondo y cuestionó todo lo viejo. El país se fue poniendo a tono con los vientos revolucionarios continentales. Pero aun existiendo esas mejores condiciones, no surgió ni una alternativa de izquierda revolucionaria con peso objetivo en el movimiento de masas ni fenómenos políticos amplios y masivos como los de Bolivia, Ecuador o Venezuela.
Kirchner, una cara poco conocida frente a la demanda de “que se vayan todos”, tuvo la misión de calmar los ánimos y recomponer tamaña crisis, fabricando una gran ilusión colectiva. Con un doble discurso seudoprogresista se mostró como antiimperialista y falso embajador de los cambios que cruzaban Latinoamérica. Con rostro de nueva política, recompuso la confianza en la figura presidencial y cedió parcialmente a algunos reclamos sociales. Y produjo algunos cambios cosméticos, en la descascarada fachada del régimen político.
Tuvo una base estructural para hacerlo: una coyuntura económica internacional favorable y una reactivación en las finanzas domésticas. Sin cambiar de base los postulados neoliberales, despertó expectativas y vendió su doble discurso, con margen para postergar medidas antipopulares, subsidiar servicios, alquilar voluntades de gobernadores e intendentes con parte de la “caja del superávit” y ocultar problemas acumulados.
Si bien Kirchner encandiló a una parte del “progresismo” y a sectores de izquierda, de la cultura y los derechos humanos, siempre fue un gobierno estructu-ralmente débil. Y en la medida en que el movimiento obrero salió a pelear, destacó nuevos dirigentes combativos y democráticos y fue recuperando conquistas salariales y laborales, la situación económica se empezó a deteriorar y el armado “transversal” con restos de los viejos partidos fracasó.
Desde abajo crecieron los reclamos. Desde arriba y desde afuera se vio que el modelo tenía pies de barro. Y se inició un desgaste que obligó al recambio por su esposa, la presidenta Cristina Fernández. El imperialismo y el establishment local le exigieron al nuevo gobierno reglas de un país “normal”: calmar los reclamos, desalojar a los dirigentes obreros revoltosos, aumentar las tarifas, contener los salarios y sincerar los indicadores mentirosos del INDEC con los que Kirchner fue ocultando la verdadera cara del país.

“LOS K O LA DERECHA”: LA ÚLTIMA MENTIRA
Sin alternativa burguesa confiable y apelando al capital político que acumuló su marido, Cristina pudo ganar las elecciones. Pero a partir del conflicto agrario y de una serie de medidas, su divorcio con amplias franjas populares fue un hecho. Y la ilusión de un gran movimiento histórico quedó en agua de borrajas.
A partir de allí es historia más reciente. Una de cal y una de arena. La seudonacionalización de Aerolíneas, en realidad para salvar a los concesionarios que la quebraron; la “recuperación” de los fondos de las AFJP no para los jubilados sino para hacer caja y pagar la deuda externa; la nueva ley de medios y otras medidas de doble discurso nac & pop, le sirvieron para retener una franja de sectores que creyeron que la dinastía K era la única opción ante una oposición que intentaba reconstruirse en base al viejo bipartidismo pejotista-radical y sólo ofrece salidas por derecha.
Aunque en vez de “nueva política” se volvió a la vieja estructura del PJ, aunque en vez de antiimperialismo se paga la deuda con reservas y aunque los paladines de los derechos humanos criminalizan la protesta, habilitan las patotas y no solucionaron casos como el de la desaparición de López, el cuco de la derecha y esa arcaica oposición alimentaban las ilusiones en un cambio de la mano de los K. Algunos hasta soñaron con una reelección…
Las luchas obreras como las de Terrabusi y el subte golpearon primero. El veto al 82%, la derrota de Yasky en la CTA y el crimen de Ferreyra fueron una seguidilla de golpes posteriores que, con la muerte de Kirchner, hacen francamente improbable una recomposición de ese proyecto agotado.

LA CUENTA REGRESIVA Y LA NECESIDAD DE CAMBIAR EN SERIO
Así se trate de utilizar la muerte de Kirchner, este proyecto político entra en su cuenta regresiva. Néstor Kirchner supo leer el Argentinazo pero fracasó en recomponer el viejo régimen bipartidista. La inflación, la burocracia sindical, el asesinato de Mariano, el autoritarismo y las mentiras, confirman que lo viejo no va más. Y que se necesita poner en pie un nuevo movimiento político que responda a las necesidades populares, recupere lo nuestro y, esta vez sí, coloque a tono a nuestro país, con los vientos de cambio que soplan en América Latina.

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Movimiento Socialista de los Trabajadores por una Nueva Izquierda